José Daniel León Sánchez / LISE / Segundo semestre
A lo largo de nuestras vidas hemos visto las dos caras de nuestro país: las personas que se ganan la vida de forma honrada, trabajando duramente para sobresalir en un México lleno de injusticia, desigualdades y maldad; y en el otro lado está la gente que tiene otra forma de ganarse la vida, tal vez una forma fácil o difícil dependiendo de cómo lo miremos, pero lo que sabemos es que no es una forma adecuada, que se lleva de encuentro a la gente sin importar cuales sean las consecuencias. Hablamos del narcotráfico.
Hemos crecido creando un cierto grado de admiración, empatía e incluso simpatía por el narcotráfico, haciendo de esto algo cada vez más normal y natural en el entorno. La empatía mayormente surge debido a las acciones que estas personas han llegado a tener por el pueblo: ayuda económica, cambios en la sociedad, entre otras; sin embargo, estas acciones “buenas” llevan por detrás muchos actos delictivos, muertes y daño en la salud de las personas debido a su mayor fuente de ingreso, la droga.
Según el Departamento de Psicología de la Ibero, “Se les admira por su astucia e ímpetu, por la firmeza con la que realizan sus actividades y por el éxito que alcanzan. Sin embargo, se olvida qué hicieron para alcanzar su ‘bienestar”.
Pero esto es algo con lo que hemos crecido y la misma sociedad nos ha inculcado. Vemos películas como Robin Hood (trama que se basa en hacer el mal para ayudar a los demás de una forma fácil); series sobre el narcotráfico, las cuales muestran las riquezas o lujos que uno puede obtener por estos medios, canciones que muestran el lado malo como lo bueno. Esto ciertamente despierta un interés en las personas y más viviendo en un país donde alcanzar tus metas se vuelve muy difícil si no perteneces a ciertos grupos sociales o económicos, volviendo la maldad como la salida fácil.
En mi opinión, esta tendencia no es en lo absoluto buena, ya que contribuye a que estos actos se vuelvan una actividad normal, como si fuera simplemente otro trabajo común y corriente. No se debería admirar a una persona que gana su fortuna a cambio de arruinar la de los demás.