Por: Ximena Rivas
Cambiar de rutina, de aires es lo que aviva a un alma monótona. El estar en continuo cambio y experimentar todo lo que esté en nuestras manos es lo que le puede dar un sentido al respirar y caminar del día a día.
Empezar desde cero nos eriza los nervios y, al mismo tiempo, nos atrae la incertidumbre de todo lo que anhelamos pronto conocer. Nos pone ansiosos el descubrir, el saber más y el estar más cerca de alcanzar a la persona que algún día imaginamos que seríamos. Esa persona que solo existía en nuestros sueños cuando de pequeños nos preguntaban qué sería de nosotros cuando grandes fuéramos. Ese imposible, que intentamos hacer posible, aunque nos perdamos de vez en cuando en la penumbra que nos ciega.
Volver a iniciar nos llena de expectativas y de la gran incógnita: “¿Qué será de mí en unos años, meses o días?”. Y esa gran incógnita se mantiene cada que decides empezar algo nuevo, como una carrera. Muchos tenemos miedo de saber si es la decisión correcta, de saber si es realmente lo que nos saciará el alma en unos años cuando comamos, respiramos y vivamos de eso que hemos escogido. Pero nunca sabremos si realmente es eso que hará brillar nuestras pupilas cuando digamos lo que hacemos si no nos aventamos, si no intentamos volar. Al fin y al cabo, tenemos un paracaídas por si algo sale mal.